Confiar es fluir. Y pruebo a colocarme en un nuevo ambiente en el que casi nada controlo y no conozco lo que cada día me puede traer.
Estoy en un barco que apenas se como se propulsa. No sé qué experiencia tiene el capitán, cuan profesionales son los cocineros ni que menú nos prepararán cada día. Y de entrada, de las 1000 personas que estamos aquí embarcadas sólo conocía a una. Maite.
Y no sabía cómo sería la cama. El camarote y sólo lo había visto en fotos. Y claro, en realidad parece más pequeña, mejor dicho es más pequeño que lo que aparecía en las fotos. Pero “la casa” es grande. El barco tiene muy diversas estancias. Sin duda es mucho más grande que la mía de Madrid. Y claro, llevando seis días en la nueva casa todavía no he encontrado mi ubicación favorita, aunque la biblioteca me tira mucho.
Y en esta realidad que voy poco a poco conociendo pero que en su movimiento me sorprende cada día, decido confiar. “Confiar de entrada”, suelo decir en mis conferencias. Al igual que la presunción de inocencia de entrada.
Y confío en el capitán, en los chefs, en los que me arreglan el camarote, en los que manejan la tecnología en el barco, en los demás pasajeros…
Y me dejo llevar y siento eso sí, que soy responsable de pocas cosas alrededor y que mi responsabilidad se circunscribe a mí mismo, prestando atención, eso sí ,a si alguien me necesita aquí o en cualquier parte.
Hoy se pueden hacer muchas cosas a distancia. El espacio ya no es lo que era. Ha cambiado su naturaleza. Puedo estar aquí y estar allá. Pero al confiar me hace ir con menos peso en la mochila y por eso se fluye más fácilmente. Además ,en este caso tengo el mar alrededor que no hace sino eso, fluir.
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